Sábado
Lermo Balbi¿Había algo más allá de la fluidez de ese tiempo
que se iba? Oh tarde de octubre que adorábamos,
muy mansa, muy verde, muy amada
hasta el viento sutil,
hasta la gloria de las voces que la distancia
destilaba,
hasta ese medio valor que me asaltó sin creerlo
para que pudiera sentirme valiente, dichoso de mis males,
ungido por la palabra, destinado a la gloria
del canto.
Eso vale, amiga dulce, serena ayer,
que delirante de nostalgias aún me sorprendías
y que mostrabas en los ojos más amor del que es capaz
alguno con todas sus entrañas. Sustancia de este año,
desprovista, que de tu infancia recuerdas
no sé que limbo pálido y doloroso en donde muy niña
con medias negras y melena lacia llorabas en un rincón
del parque puesto que te laceraba tu propio
miserable abandono. No es posible indagar
tanto el tiempo sin encontrar un silencio que no explica
por qué en el regreso hacia los pasados caminos
que se transitaron hay algún horror oculto,
una maligna fama de perturbadores días
que no se pueden borrar, no se pueden.
Amada amiga, en la salvaje feracidad
de esa hiedra que crecía, de todo octubre
hecho la luz, de automóviles empujando el sábado
hacia la calamidad de otro amanecer en ruinas,
no estuvimos tan cerca como en el momento
en que te decía ésta es la naturaleza que pervive
inmutable y siempre distinta.
Eso sí, era el momento en que llorábamos
porque tanta belleza que no estaba destinada
a ser sorprendida por nosotros,
se deshacía en dones que nadie sabía
por dónde emprender.
Qué paz en ese rincón del mundo, abrazando a los cipreses,
buscando el sitio para una estatua blanca
sobre el verdor oloroso de los pinos,
mirando a las torcazas en los cables del camino.
De cara al cielo, la humedad de la tierra
en la espalda para otra tarde más.
Qué octubre conmovedor,
qué frescas, amiga, tus palabras.