Regreso a Arauz

Lermo Balbi

Tibia y leve, la balsámica ceniza de la tierra
se consagra. El regreso a destiempo me acusa
con alguna señal en el abandono de los huertos
y en los rastrojos que soportan como una sombra
de cemento bajo mi paso.
Alado sopor abate los ojos en el retorno
y cada visión me penetra
en ligeras esquirlas de muerte aleve
como las flores dedicadas a una lápida.
Sobre la cruz de la iglesia pájaros solitarios
anuncian el agua del otoño y abril tiene ya
su languor de atmósferas húmedas y calientes.
Desde las paredes carcomidas por el sol
y los líquenes nacen los trasgos
y una vertiente de espectros que aúllan
haciéndose ecos en las tuscas del monte.
Los animales, rozando la hierba que aún pervive,
dulcemente pacen
en muelles honduras de caminos abandonados.

Ah, en dónde permanecen los rozagantes tallos,
mies crepitante con los vientos de noviembre,
cristalería de estrellas en un pozo
que nos llama desde los profundos verdores
de la tierra. Tantos huesos ya sin carne,
tantos árboles secos,
innúmera ilusión desfallecida
¿qué mágico propósito de torturas
otorgan a este corazón doliente?