Nosotros hemos vuelto la mirada

Lermo Balbi

Este jardín, de la melancolía en altas formas
perdido el último sonido, es orbe sepulto
y el dios errante aún se anuncia en el espacio
de las etéreas frondas, pero regresamos
como antaño a buscar el jazmín de noviembre
y marchar por la grama. Qué silente mañana
en ausencia de tantos héroes, dolor de partidas,
húmedo follaje y un rumor de lluvia
desatada en la tormenta.
Nosotros hemos vuelto la mirada y los ojos
no tienen luz, muertos como los de las estatuas.
El moscardón, polinizando los cálices enormes,
blancos y puros, abiertos en la noche, de un cactus
milagroso, insecto aureolado, fue un chispazo
de oro al surgir de los pétalos.
Por las tapias habíamos escalado como intrusos
hacia la sombra del huerto, en el fervor de la siesta.
Las voces venían lejanas y rotundas, de un hueco
mundo sin muros y sin techos. Luz celeste, en la formación
de aves lentísimas, más el silencio de la era,
más el rumor del crecimiento. Y plácido el sopor
desde el fondo de los cuartos umbríos
con aromas de uvas y laurel, donde se hacía dulce
la pulpa del membrillo y vertía
su ácido jugo la manzana partida por el viento.
Esta paz tiene su precio. De un día a otro
el paso cambia, las manos se ponen rígidas
y la voz se quiebra. Qué puede, oh dios
minúsculo ser tan esquivo como ese tiempo que pasó
por la prisión, y retornó al vacío
y ahora desmenúza la certeza de su término.
Y sin embargo aún nos empeñamos
en volver a este jardín, seguir con los ojos
al insecto de oro que corta el silencio
y penetra en su piel
como nosotros en la nostalgia.