No volveremos a estar tristes
Lermo BalbiJosé Demarchi, María Monutti, Mene Flores,
los niños de los galgos hambrientos vaciaban
el pueblo de pájaros con sus ecos estridentes
por el camino del tunar. Y vosotros ya emprendíais
la marcha por siempre sin designio,
zozobrando en el polvo y el fragor.
Todavía están los líquenes azules en la pared del sur
de la casa derruida donde tan sólo un réquiem
de sombras enlutadas, cerró los ojos del loco Chinto
muerto en la mugre aquella noche
de escarchas y delirios.
Tantas marchas y cosechas dieron sus frutos
y el mundo fue luminoso, los torrentes lavaron los pies,
los granizos trajeron suspiros e incertidumbre.
Y se fueron los días y se sucedieron los llantos,
pasó hacia la alfalfa la isoca maldecida en piamontés
y en el almacén de Pablo Cicotello cuántas veces un acordeón
repitió su amarga Morettina desfibrada.
Vientos de noviembre, cumbres de furia sobre la mies,
Juan Miloc en la tormenta sostiene su frente que sangra
y se va de la vida entre escombros y vigas astilladas,
pero los niños viven, viven bajo el sol jocundo
y volverán a cantar en el patio de la casa
cuando se haya quemado la madera roja
del eucalipto partido por el rayo.
Santina Scándolo, el huerto no huele a menta
ni a hierba de San Pedro. El cedrón que se apretaba
entre los dedos, la madreselva
y la reina de la noche tuvieron su esplendor
pero un verano de polvo y de sequía empañó para siempre
su gloria de perfumes.
Juan y Carolina, nadie sabe cuánta piedad abarca
la mirada sepia del hijo en la loza de la tumba
cuando estamos sufriendo en la casa húmeda y despoblada.
No digáis que volveremos a estar tristes
bajo este cielo igual: que nos permitan sólo
llorar algunos nombres para aquietar nuestro corazón
todavía dispuesto a glorificar el pan caliente
y la espesa leche derramada en el camino.