Eclesiastés

Lermo Balbi

He reclamado para mí un paisaje nuevo.
Tembloroso el corazón sintió el principio del tiempo
y el ofrecimiento de la cáscara roja
en el fruto del verano.
"Todo trabaja más de cuanto el hombre
puede ponderar, y no se sacia el ojo de ver
ni el oído de oír".
En la orilla del río los cuerpos temblorosos
conmovieron la luz
y aún así he reclamado otra dimensión.
Qué tardíamente volví a sentir aquella distancia
que existe entre el primer día de la vida
y mi muerte,
y en el silencio de la angustia
no ha sido nada tan terrible
como saber que vivo y estoy muerto.
Y aún así, en los caminos de la noche,
cuando tomo el vacío de la ciudad dormida,
las calles letales, la llovizna de marzo,
mi corazón aspira a la vida frente a la congoja
del tiempo en destrucción. Un frontis antiguo,
verde de musgos, por el que gotea
la humedad del otoño, abraza en un instante
ese estremecedor signo del silencio absoluto.
Y he reclamado para mí una mansión distinta.
Hazme, oh Dios, la excepción de tu orden
y que perviva sobre los reinos y el tiempo
—grité babeante de orgullo cuando la juventud
fortalecía los miembros—, que alado soy
por tu gracia, que no existe abismo
capaz de detener este viento dulce y devastador.
Y firme, al temblor del vértigo y el desdén,
sobre soledades y muros, mi patria fue el dolor
en crecimiento y en riqueza. Lo que ha sido será,
no hay nada nuevo bajo el sol —me dijiste—,
vanidad de vanidades.