Carta al amigo que cumple años en octubre

Lermo Balbi

En fin, concluimos amigo mío, que es otra vez octubre
el que desciende. El mismo mecanismo empuja la tibieza
de todos sus días tan serenos que mueren en la beata
dulzura del ocaso. A tu lado hubiérate dicho las mismas
estultas palabras del momento: que el tiempo pasa
y que sin embargo somos tan joviales y risueños
y que tenemos todo el corazón abierto.
Lo cierto es que hemos hecho caminos y eso no se descuenta.
Hemos recorrido en muchos de ellos el polvo de sus rumbos
transitados antes y después, de las calles innúmeras,
de los peldaños escabrosos. Guardamos memoria
de algún follaje que a pocos pasa inadvertido
en las caducas pompas del otoño. Hemos andado
como el hombre medio de la multitud anónima. Alguna vez
nos estremecimos de presagios, descubrimos el continente,
silenciamos la revelación. Despejadas las sombras
nos poníamos a curar heridas, a tragarnos las lágrimas,
a ofrecer nuestra tímida adarga apenas fortalecida
en la contienda. En pocas palabras digamos
que hemos andado el mundo, nos hemos puesto a la par
de los otros y, muchas veces, preferimos guardar silencio
en el infatuado rugir de los sucesos.
Y así llegamos tú y yo a donde estamos.
Ni más ricos ni más pobres de los bienes
que los otros suelen codiciar,
y hemos pensado mucho en la vida
y también en la destrucción, o sea que hemos ocupado
el pensamiento, como tantos otros,
en ese misterio tan arduo cual es el instante de nacer
y el instante de morir. Nos hemos estremecido juntos
porque amamos la paz con júbilo en su serena imagen
de la mujer que da esperanzas y del hombre que protege.
Dimos gritos con los puños apretados y nos mordimos
la ignominia de alguna idea irrepetible
que en la conciencia de cada uno obra.
Hemos dispuesto todo el fervor y nos hemos negado también.
Así llegamos a donde estamos, ni más ricos ni más pobres
que los otros, pero eso sí, dispuestos a entender,
sabios en recibir, intensos en agradecer, prudentes en elegir,
desbordantes en amar, fervorosos en sentir, esplendentes
en otorgar, dignos en pedir, orgullosos en el sufrimiento
y parcos en confiar. Hemos recalado en medio de la muchedumbre
sintiéndonos burlados, y con vergüenza por nuestros
escasos dones y con soledad en nuestro mal,
pero no nos hemos burlado. Ahora amigo,
como otras veces en que te escribo, te señalo
las gracias que de ti provienen,
te devuelvo desde el alma, el alma que me das,
te encargo a mi madre que a una distancia de mí,
¡pobrecita!, te cuenta a veces que siente pena por mi suerte.
Juntos hemos recibido los años que nos marcan
y las horas que nos restan. Pero tú y yo, lo sabemos bien,
contamos con nuestra réplica que se ilustra en los azogues
y nubla la tersura. Hemos andado el mundo
certificando la identidad de los caminos,
el nombre de nuestra gente, el curso de los ríos,
el vértigo de las montañas, la placidez de las colinas,
la comba verde del mar que se hincha
en el horizonte como una gran iguana adormecida.
En pocas palabras, algo de lo que Es, hemos conocido,
y hasta aquí llegamos, temblorosos, vulnerables,
ardientes de amor y nostalgiosos de pureza.
Hemos andado el mundo y nos reconfortamos con ello
si no hicimos otra hazaña. Nos quedan las manos limpias
y el corazón tan libre todavía, porque nunca hemos tratado
de decir más palabras de las que merecen ser dichas,
sólo por el gusto de oírnos
o para gustar a los temibles. Desde este punto,
a través del aire de octubre que adoramos,
te recuerdo, como siempre.