Carta 11
Error 404Mi amor,
No creo que leas esto... sé que no lo harás. A este punto, tan poco hemos hablado, que empiezo a dudar si llegaste a existir o si fuiste aquella dulce fantasía, propia de una noche fría, de aquellas que se tienen para no enloquecer. Hace ya mucho, frente al mar, que tus ojos de bestia atrapada me arrastraron por primera vez. Nena, naveguemos juntos por el mar de espuma, donde la pasión desenfrenada de un paseo por el parque, viendo el cielo, viendo almas, nos llama y nos une. El cantor presagia futuro incierto, donde me esperas, sedienta, abrigada y feliz; entre melodías, nacidas de la ceniza de cartas vacías (como esta misma). Las risas que se dispersan en el aire, como las semillas de un diente de león, se pierden al horizonte y nunca vuelven, ni como recuerdo ni como imaginación, de algún modo enterradas en la arena. Recordé un día aquella vez que besé a alguien pensando que eras tú. Fue antes de incluso conocernos, así que no te molestes con ella. Le arranqué la ropa, el cabello y la piel buscándote. Pisoteé su candor, que tanto me recordó a ti. Fui un monstruo, como la marea que destroza barcos y engendra viudas. La culpa no me dejo seguir, y fue mi segunda muerte. La dejé. Pero, sé que ella me escucha escribir desde el ático, donde se esconde. Escapa por la ventana cuando yo me acerco.
Como sea, he vuelto de la calle, me he comprado un nuevo libro. Un libro que conozco bien te gustaría. Acudí a la librería que tantas veces he querido mostrarte. Estaba sonando una canción que siempre te he imaginado cantando en la corte de los dientes de león. Las huellas del cariño se protegen con castillitos de arena, que, con el tiempo y en un descuido, se llevará el oleaje. Que se llevará las flores, saladas. Aprovechando que nunca leerás esta carta, resaltaré cómo el alma se me derrite al imaginar tu desafinado canto en la ducha y tu frustración al no poder prepararnos de comer sin que algo termine carbonizado.
Con amor,
Algún día, cuando me