Cabo suelto
Alejandro LópezLo recuerdo bien, todo se resume a ese momento. El asesinato de Florencia Navarro le dio forma a mi vida, me definió, me dio un sentido, un propósito. No lo sabía entonces pero ahora veo claramente como encajan las piezas, todo me preparó para éste día, todo me trajo hasta acá. Ya no hay vuelta atrás. El reloj dice que me quedan diez minutos y la moza no me trajo el café. Tendrá que apurarse.
Marcos Freyre vino a mí rodeado de sus amigos, eran el comité de bienvenida y como tal, se presentaron y saludaron con la típica gracia que al parecer los caracterizaba. No pasaría mucho tiempo hasta que descubriera que eran el grupo sobresaliente, todos yendo tras Marcos como su vanagloriado y benevolente líder. David, dije tímidamente esa mañana. Con su mano en mi hombro y entre sonrisas y carcajadas exageradas, básicamente me dijo que ellos se encargarían de integrarme al grupo.
Fiel a su palabra y apenas pasados unos cuántos minutos de estar en el recreo, vinieron a buscarme como una manada de monos salvajes y me llevaron hasta el patio trasero, donde a fuerza de empujones, risotadas y griterío monosilábico me dieron la segunda bienvenida, la oficial. Me revolcaron en el barro y los charcos que dejó la lluvia el día anterior. Ni mis lágrimas, ni las explicaciones a la señorita y la directora fueron suficientes para castigar a Marcos y su banda de inadaptados, ellos conocían todas las reglas mientras que yo era el pobre y tonto novato que nada podía hacer. Ese día aprendí que si quería sobrevivir a la escuela tendría que cambiar de táctica. Sin embargo nada de lo que intenté funcionó.
—Café negro como lo pidió, ¿le traigo algo para acompañar?
—No, así esta bien. Gracias.
Simpática la nena. Su disposición compensa la demora. Todavía tengo unos minutos.
Era normal que siendo el nuevo del grado, me ubicara algo apartado de los grupos ya establecidos y hablara poco. Todos se conocían desde primero y si bien yo venía bastante acostumbrado a los cambios por el trabajo de mi padre, siempre me costaba volver a empezar, sobre todo cuando me tocaba ingresar casi a mitad de año lectivo. Supongo que para las maestras yo era algo tímido (de hecho lo era), y para el resto del grupo seguro era un quedado, un bobo. Porque para eso estaba Marcos, para asegurarse de que nadie pensara otra cosa, siempre encontraba la forma de hacerme quedar como un pelotudo frente a todos. Por suerte tenía una vía de escape a esos horribles momentos.
Florencia Navarro. De alguna extraña manera me hacía sentir acompañado, su presencia era todo lo que hacía falta para transportarme a otro lugar. Aunque en ese momento no lo entendí. No sé decir qué era lo que me gustaba de ella, no sabría por donde empezar, creo que todo me gustaba: su pelo castaño claro, su mirada alegre, la forma en que jugaba con su peinado mientras escuchaba a la maestra, su risa feliz, no sé, era hermosa para mí. En poco tiempo fue todo lo que necesité para sobreponerme a los ataques de Marcos, estar a unos pocos metros de ella y sentirla hablar era por momentos lo mejor que me podía pasar durante las horas de clases. Es curioso como son las cosas. Si tuviera que ser sincero conmigo, diría que de ser ella jamás me habría acercado a mí. Sin embargo lo mejor aún estaba por pasar.
Al principio vivía en mi nebulosa particular y estaba seguro de que Florencia ni siquiera era consciente de que yo era otro de sus compañeros de grado. Claro que me saludaba si yo le hacía un gesto primero, o se reía igual que todos cuando Marcos me ponía en ridículo, pero estaba seguro que el resto del tiempo yo era como un fantasma para ella, de hecho cuando me le aparecía de golpe se sobresaltaba. Uno de esos días iguales al resto simplemente sucedió, tal vez haya sido por lástima al verme tirado en el suelo luego de que Marcos y sus amigos me hicieran caer con silla y todo, pero en ese momento ni siquiera pensé en esa posibilidad. En medio de las risas, Florencia tomó coraje y le pidió a Marcos que me dejara tranquilo. Por supuesto que se burlaron de ella y la molestaron. Lejos de dejarse amedrentar, arremetió a los empujones contra el grupo y me ayudó a levantarme. Habría preferido que no lo hiciera, porque desde ese momento no dejaron de hacer chistes y reírse de mí por haber sido rescatado por una mujer. Quería desaparecer, lo peor que me podía pasar era que se burlaran de mí y de la chica que me gustaba, me sentí terrible. Sin embargo algo bueno terminó saliendo de eso porque no sólo ocurrió que Florencia me hablara y mostrara algo de interés en mí, sino que ella también se volvió centro de las burlas, y aunque eso parezca algo malo (cosa que en ese momento lo era), resultó no ser tanto cuando entendí que todas las cargadas que le hacían insinuaban que yo le gustaba. Por primera vez en mucho tiempo sentí que mi suerte estaba empezando a cambiar. Y no me equivoqué.
Florencia y yo nos volvimos más amigos desde ese día, seguramente por tener al principio una causa común, pero con el tiempo las burlas se fueron atenuando conforme la novedad iba quedando atrás. Se había vuelto normal vernos juntos, de hecho nos sentábamos en pupitres contiguos. Que Marcos y sus amigos me insultaran o molestaran carecía de sentido para mí, y no porque me hubiera acostumbrado a ellos sino porque simplemente había dejado de prestarles atención, sólo me importaba Florencia.
Una tarde cuando todos habían salido al recreo, Florencia y yo nos quedamos hablando un poco más. Me mostró un dibujo que había hecho de sus amigas. Recuerdo que me reí mucho porque las dibujó a todas muy flacas y estiradas y al principio se molestó, así que enseguida le dije que estaban todas muy parecidas. Me trató de mentiroso y me empujó un poco. Me acerqué y señalé con el dedo a una de las flacas diciéndole que esa era ella. Le dije que la reconocí enseguida porque se estaba enrulando el pelo. Florencia sonrió y me dio mi primer beso.
Lo que empezó como un año difícil se terminó convirtiendo en uno de los mejores que había tenido hasta entonces, y aunque no volvimos a darnos otro beso, Florencia y yo nos llevábamos de maravillas. Cada vez que podía juntaba las monedas que mis padres me daban y le compraba caramelos o chocolates, y cuando nadie nos veía se los ponía en el bolsillo. Era como un juego secreto, ella hacía lo mismo por mí a veces y gustaba de esconder en mi cuaderno dibujos de corazoncitos con nuestros nombres dentro. Fui muy feliz en esos días, incluso Marcos había pasado a un segundo plano en nuestras vidas. Debí suponer que no permanecería así, las cosas nunca eran tan simples con Marcos.
La colonia de vacaciones se parecía a la escuela, sólo que los deberes y maestros eran reemplazados por mucho juego y diversión, por lo demás tenía por un lado a Marcos molestando casi sin control de los adultos y por el otro a Florencia, con más libertad y tiempo para estar conmigo. Aprender a nadar ese verano fue muy divertido.
Una mañana de enero recibí la peor noticia de todas. Nos iríamos otra vez. Mi padre había recibido otro traslado y volveríamos a San Luis. Recuerdo que lloré mucho e hice todo tipo de escandalo aún sabiendo que de nada serviría. Me calmó diciendo que era sólo por un tiempo corto y me prometió que estaría de regreso para cuando comenzaran las clases. Y casi fue así.
Me moría de ganas de volver, de poder estar con Florencia una vez más. Ella no sabía que había pasado, simplemente desaparecí de un día para el otro. Mi vida era así de volátil por entonces y en cierto sentido lo sigue siendo hasta hoy. El tiempo que estuve en San Luis sirvió para darme cuenta de cuánto había aprendido a querer a mis nuevos amigos, a mi escuela, y en particular a Florencia. Esta vez y a diferencia de otros barrios en los que había estado, lo sentía como mi lugar, habría sido difícil dejarlo. Sin dudas que debía volver. Mucho aprendí en esas semanas y mucho cambió en mí, creo que de alguna manera había crecido un poco más, pero no sólo fui yo, todo a mi alrededor cambió.
Empecé la escuela un mes después del inicio de clases sólo para descubrir que las cosas habían vuelto a dar un giro, y esa vez no parecían estar a mi favor. A pesar de ser realmente muy molesto y difícil de tratar, algo que nadie podía negar era la cualidad de líder de Marcos. Siempre volviéndose centro de atención, admirado por su inteligencia y capacidad, con excelentes aptitudes para el deporte, y con algunas otras cualidades sociales que aparentemente tenía pero que por entonces, yo no era capaz de ver. Nunca entendí cómo pasó, pero de algún modo Marcos logró su objetivo y esa vez no había nada que yo pudiera hacer. No sólo se había convertido en el más respetado y querido por parte de sus compañeros y maestros, sino que incluso Florencia, mi Florencia, era ahora su noviecita nueva. Creo que simplemente no había podido verlo antes pero Marcos era y siempre había sido el galán del curso. Imposible competir con él.
En un sólo día todo lo que conocía había desaparecido, y aunque intenté muchas veces hablar con Florencia ella nunca volvió a ser la misma conmigo. Hoy pienso que Marcos tomó ventaja de mi ausencia en las vacaciones y creo que sin quererlo, me había convertido en un estorbo para él. Había jugado su mejor carta y tomándome por sorpresa me quitó todo. Nada volvió a ser igual, todo empeoró desde ese día.
El año transcurrió sin sobresaltos para mi, cualquiera habría dicho que yo llevaba la vida de un niño normal, de hecho lo era, demasiado normal para mi gusto. Incluso Marcos dejó de ensañarse conmigo, siempre creí que Florencia tuvo algo que ver con eso. El tiempo pasó y terminé aceptando la idea. El año anterior había sido mágico, el mejor de todos, pero simplemente ya no estaba, había quedado atrás. Tenía que seguir.
Pero no todo fue tan malo, hice nuevos amigos y ya no era el paria de antes, ahora había otros parias conmigo, mi propio grupo. Nos divertíamos con las chicas también y por eso pude ir dejando atrás a Florencia, poco a poco. Ella era feliz con Marcos y eso era algo bueno.
Cuando empezó el verano volví a la colonia y esa vez no fue necesario mudarse, así que pasé unas semanas maravillosas rodeado de amigos. Incluso hice las pases con Marcos y compartí nuevamente tiempo con él, Florencia y el resto de los chicos. Todo estaba funcionando nuevamente, no podía ir mejor. Al menos así siguió hasta el final del verano, donde una vez más y como en tantas otras ocasiones, Marcos tuvo que cagarla de nuevo, pero esa vez fue en grande. Puede que no lo hiciera a propósito pero en definitiva lo que importa es lo que pasó, por eso no tiene perdón.
Marcos quería mucho a Florencia y ella sentía lo mismo por él, eso estaba claro para mí incluso a esa edad, por eso jamás pude aceptar lo que hizo. Estando ya en la última semana de la colonia en la pileta, Marcos empezó a saltar por sobre la espalda de todos. Buscaba hundirnos pese a los retos de los maestros, aunque para nosotros esa forma de jugar era moneda corriente. Puede que la excitación del juego o de estar celebrando el fin de la colonia, explique por qué Marcos puso tanto empeño en la tarea. Nadie se salvaba cuando él se ensañaba con alguno, ni siquiera su novia Florencia.
La vi agitar brazos y piernas bajo el agua con desesperación, Marcos no la vio. Insistió e insistió en saltar sobre ella una y otra vez sin percatarse de que no había podido tomar suficiente aire. Para cuando pudimos pararlo entre todos viendo que la situación se le había ido de las manos, ya era tarde. Florencia había tragado mucha agua y no reaccionaba, había sufrido un desmayo o algo peor. Hicimos cuanto pudimos con la asistencia de los maestros y la ambulancia que no tardó en llegar, pero al principio no respiraba. Florencia no respiraba.
Según pude entender después, pasó bastante tiempo sin oxigeno en el cerebro y eso fue lo que la mató. No se murió, sobrevivió, pero con suficientes secuelas como para quedar postrada en una silla de ruedas como un vegetal. Por eso se murió. Para mí se murió. Marcos la asesinó.
Nunca pude superar lo que pasó. Quedé tan afectado por la experiencia que no quise volver más a la escuela, no pude ni salir de casa. Así que por recomendación del psicólogo, mi padre pidió nuevamente traslado a San Luis. No volví a ver a nadie del grupo, ni a Florencia, ni a sus amigas, ni siquiera a Marcos. Tuve que empezar de nuevo. Mi padre era trasladado de vez en cuando pero dadas las circunstancias no me mudé más, con mi madre nos acostumbramos a no verlo por largos períodos. Volví a mi vieja escuela y a mis viejos amigos, viejas costumbres y gente que con el tiempo aprendí a querer. Decidí que no me iría jamás. Mentí, aunque por entonces no lo sabía.
—Señorita, la cuenta.
Con el tiempo pude ir dejando atrás esa parte de mi pasado, al menos lo suficiente como para crecer y hacer mi vida. Me casé y formé una hermosa familia junto a mi amada esposa Laura, que en paz descanse. Tuve tres maravillosos hijos, ya todos grandes y al frente de sus propias familias. Hernán es el mayor, seguido por el revoltoso Víctor y en último lugar la pequeña Florencia. Mi querida Florencia.
—La cuenta, señor.
—Si. Gracias. Guardá el cambio.
—Gracias a usted. Que tenga buenas noches.
Es curioso cómo vemos las cosas pasado el tiempo. Cómo es que pasadas las experiencias, vemos la vida con algo de perspectiva y nos damos cuenta de cómo todo, absolutamente todo lo que nos ocurre, tiene como único propósito el traernos al aquí y al ahora. Y cómo es también que, lejos de creer que todo es producto del azar y el libre albedrío, llegamos a entender que nuestro andar en la vida sólo podía tener como destino único e irrepetible, aquel mismo origen que nos vio nacer, que le dio forma y sentido al resto de nuestros días. El final del camino nos lleva irremediablemente al principio.
—Buenas noches, veo que está cerrando. Necesito unas cositas para la cena.
—No. Perdone. Es tarde, tengo que cerrar.
—No encontré nada abierto. No voy a demorarlo.
—No puedo...
—Usted, le veo cara conocida ¿puede ser?
—No, no sé...
—¿Marcos? ¿Marcos Freyre?
—Sí. Quién...
—David. David Guzmán, ¿me recuerda? ¿Cuarto grado?
—¡David!, Sí, si, no lo puedo creer, tanto tiempo, ¿que decís David? ¡Mirá que encontrarte a estas horas del partido!
—Sí, es..., casualidad. Vivo cerca, no sé cómo no nos cruzamos antes.
—¿Vivís por acá? Pasá, pasá, guarda la cabeza. Cierro acá para que no se meta nadie. David Guzmán, no lo puedo creer, ¡que alegría viejo!
—Viejo y pelado como vos. Ya perdiste el rubio.
—Si. ¡Pero menos que vos, miráte! ¡Si estás hecho un pibe todavía David! Che, ¿así que sos del barrio?
—Más o menos, unas 15 cuadras por la Santa Fe. Salí a hacer unos encargos para mi señora y me cerró todo. Menos mal que te enganché.
—Si, cierro un poco más tarde yo. Así que te casaste.
—Si. Laura mi esposa. Me costó encontrar una que me aguante.
—Igual que a mí jaja, no sé si te acordas pero era medio terrible de pibe.
—Me acuerdo. Vos y tu grupito de pelotudos, las que me hicieron pasar ustedes.
—Si..., cierto. Eran otros tiempos. Que pelotudos.
—¿Vos? ¿Te casaste?
—Sí, dos veces. Pero la verdad no sirvo para las mujeres. Mi primer matrimonio fue un desastre y el segundo, no sé todavía como me duró tanto tiempo. Igual al final me terminé separando.
—¿Pibes? —Uno por cada matrimonio, pero ya están grandes. Che, ¡que bueno verte! ¡que alegría!
—Si. ¿Qué hiciste de tu vida Marcos?
—La de todos, pero me mandé muchas cagadas de pibe. Después de la escuela me metí de lleno en el fútbol. Viste como es, si jugás bien tus viejos esperan que te fiche algún club, pero no tuve suerte, me lesioné cuando tenía 16 años y viste, era otra época, si me pasaba ahora seguro podía volver, pero me arruiné la pierna.
—Si, veo.
—Eso me salvó de la colimba, pero ahí se complicó todo. Dejé la escuela y me junté, la primera vez. Era muy pibe, no entendía nada de la vida y terminé haciendo todo mal. Me la rebusqué como pude, qué te puedo decir. ¿Ves esto? Lo tengo por mis hijos, cuando ya no tenía edad para poner el lomo ellos me ayudaron con el super. ¿Y vos?, ¿Qué hiciste?
—Estuve acá un par de años, pero terminé en San Luis. Soy de allá.
—Ah, de San Luis, no sabía.
—Si. Hice el servicio militar. Fue bueno, aprendí algunas cosas útiles. Después decidí seguir en la misma, me hice cana allá en San Luis. Hice carrera. Llegué a comisario.
—¿Ah si? ¡Que bueno!, te felicito. Y pensar que de chico te veías tan indefenso. ¡Se dio vuelta la tortilla! jaja.
—Ahora ya estoy retirado. Tuve épocas jodidas pero uno aprende.
—¿Y cómo llegaste acá de nuevo?
—Fue..., por mi mujer. Los pibes estaban grandes, ella quería volver, sus padres eran de acá. Nos mudamos hace unos años. Seguí como comisario hasta que me jubilé.
—¿Cuántos chicos?
—Tres. Hernán el mayor, seguido por Víctor. La última fue Florencia, la más chica.
—Florencia.
—Si.
—Florencia..., ¿te acordas de...
—¿Florencia? Florencia Navarro, si. ¿vos te acordas?
—Si. A veces me acuerdo. Nunca pude sacármela del todo de la cabeza. Era muy pibe, vos estabas... Pobre.
—Yo nunca pude olvidarla.
—Fui a verla muchas veces, pero cuando era más grande. Tenía miedo antes, no sé, cosas de chicos. Nunca dejé de culparme por lo que pasó. Me cambió la vida ¿sabés? Al final me hacía muy mal así que dejé de ir.
—A todos nos cambió la vida. Florencia nos cambió la vida.
—Creo que falleció a los treinta y cinco.
—Ocho. Treinta y ocho.
—Te juro que si pudiera cambiar eso.
—Por eso le puse Florencia a mi hija, para no olvidar. No podía olvidar, no quería olvidar, era demasiado importante. Me tomó mucho tiempo darme cuenta Marcos, entender, saber lo que tenía que hacer.
—¿Qué, qué entendiste?
—Que siempre tuve razón. Toda mi vida me preparó para este momento Marcos. Todo lo que soy se lo debo a Florencia. Y a vos. Fuiste parte de eso también Marcos. Vos también me hiciste, me convertiste en lo que fui y lo que soy. ¿Sabés? Hubo un tiempo en que renegaba de mí mismo por muchas cosas, por muchas cosas que hice, unas peores que otras. No me enorgullecía, no cuando tenía que volver a casa y mirar a mis hijos y mi mujer a los ojos, no señor. Por suerte todo eso quedó atrás, no le debo nada a mis hijos y hace un mes enterré a mi mujer. ¿Pero esto? Esto sí lo entiendo Marcos, me preparé para esto.
—No, no sé que decís.
—Espero que hayas disfrutado de la vida que te tocó. Ya pasaron los diez minutos.
—¿Qué..., ¡David!
El ruido no fue por el disparo al pecho, fue por el cuerpo golpeando contra las estanterías. Disparé dos veces más, al estómago y sobre el omóplato.
—¡Aaaaahhh....
—Ese día la asesinaste Marcos. Mataste a Florencia. No podía irme sin devolverte el favor. No te preocupés, nos vamos a ver dentro de poco. Guardá el cambio.
Unos pocos destrozos más, caja registradora abierta en el suelo y habré terminado. Mañana desaparezco el revolver.