Atardecer en el campo

Lermo Balbi

Al borde del día, en silencio nubes sin carga
se concentran en el cielo. No hay rumores,
algún río falso descuella sus turbiones olorosos
y este tránsito duele tanto, este atardecer
nos castiga. Tú te viertes en mí, mis manos
aprietan musgos en la superficie verde de los muros
y una victrola antigua nos trae son de criptas
con su bocina de lata.
Ni pájaros, ni pájaros y qué sed entonces,
en el follaje que marca invierno, delusivo silencio
nos penetra. Hora del adiós en el vestigio
de este baile bajo las tristísimas ráfagas
del vals de las guirnaldas, y las muchachas,
con sus leves randas del ocaso marcan el ritmo
más aéreos sus pies en este instante de pavor.
En el vacío ámbito del campo, de repente un estampido
hace temblar la tierra y el cielo vesperal.
Irreprimible llanto del miedo acongoja al niño
que se aprieta al pecho de la madre en tanto
este mundo tan callado, duerme su primer sueño
de prócer abatido.