El rey de la milonga

Roberto Fontanarrosa

* Contiene lenguaje adulto

Créame doctor, no hay nada mejor que ser el Rey de la Milonga. Usted pensará que exagero pero acá en la Argentina —no sé en otros países—, acá, acá, no hay nada más importante que ser el Rey de la Milonga. Arquero de River, tal vez, puede ser, a veces lo pienso, especialmente cuando me acuerdo del Gran Amadeo. Usted ha tenido una cancha a Amadeo Carrizo y se le caían las medias, dígame si no era así, no sé si a usted le gusta mucho el fútbol pero habrá escuchado hablar de Carrizo. Esa pinta, ese porte, esa prestancia, un tipo hermoso le juro. Y arquero de River además, que no es pavada. Así, ¡así!, las minas detrás de él. ¿Qué puede ser más importante que eso? ¿Qué otro puesto puede ser más atractivo para las minas cuando uno les hace el verso? ¿Qué otro puesto las puede impresionar más? ¿Ministro de Economía? ¿Cantante?

Tal vez cantante. Pienso en Alberto Morán sin ir más lejos, que las minas se meaban apenas arrancaba con "Pasional". "Ya no sabrás, nunca sabrás, lo que es morir de amor y enloqueccer"... Pero cuando a uno le preguntan... "¿Y usted de qué trabaja?" o "¿De qué trabajás?", porque ahora las pendejas lo tratan de "Che" a cualquiera aunque uno les lleve cuarenta años... "¿De qué trabaja?" "Arquero de River". ¡Mamita querida! Se caen de culo, doctor... ¿O no? ¿O no? Arquero de River y con esa pinta y ese lomo. Qué fenómeno, Amadeo.

Pero... le digo doctor... No se compara con ser el Rey de la Milonga ¿Sabe por qué? Porque la vida del futbolista es muy corta, muy corta. A los treinta, treinta y cinco ya se terminó. Y estiremos a treinta y cinco por ser un arquero. En cambio, en la milonga, véame a mí. Entero...

¿Cómo te va, Turquito? ¿Cómo andás, querido? Gusto verte. Esa corbata no te la conocía, Turco... El doctor Celoria, un amigazo. Te veo, querido. Eh... ¡Turco! Lopecito comiste, conisiguió de la buena. Un fenómeno, Lopecito. Después te cuento...

Es como le decía, doctor... Yo tengo una sobrina, por ejemplo, la Vicky: salió Reina de la Ordeñadora Mecánica en El Trébol. Muy bien, todo bárbaro, las luces, los reportajes. Y a los tres meses ya nadie se acordaba de la pobre piba. Mi hermana, Susana, creyó que eso iba a ser el comienzo de una carrera de actriz para la nena. De El Trébol al estrellato, y a los seis meses la piba estaba de nuevo laburando de telefonista en el hotel del pueblo... ¡Por favor!... La milonga es otra cosa. Este muchacho que le presenté, el Turquito Josami, usted lo vio, ¿no? Malo. Viene medio averiado por una operación de próstata que le hicieron pero ya está de nuevo cero kilómetro. Un fenómeno el Turco. Cero kilómetro físicamente pero está en la lona, en la lona total. Lo mató el escolazo. La timba. Es un jugador compulsivo. Se pasa mirando números, patentes de autos para jugarlos a la quiniela, le robaba guita a la madre para irse al Casino de Paraná. Se fue a dedo al de Río Hondo. Pero usted lo ve allí ahora y se lo ve bien, bien empilchado, zapatitos de charol bien brillosos. Algo raído el saco, es cierto, medio despeluchado el cuello de la camisa, una camisita Grafa que ya tiene sus campañas, es cierto, pero resiste. Y en cualquier otro lugar el Turco no tiene dónde caerse muerto, pero acá, acá, él entra y todos lo saludan, lo aprecian, lo abrazan. ¿O no? ¿O no, doctor? Ya no es el mismo en las pistas, es verdad, pero, después de todo, eso no es tan importante. Le jode un poco la cicatriz de la operación para la sentada, me dijo. ¿Puede ser, doctor? ¿Se puede dar una cosa así, que la fibrilización de la herida joda para la sentada, o en la quebrada cuando uno tiene que apoyarse la mina sobre la rodilla?

Bueno, al menos eso dice él, pobre Turco. Y todos le creen. Acá hay una jerarquía de milonguero, doctor, que no se da en ningún otro país, yo no lo he salido nunca de la Argentina, ni a Uruguay le digo. No sé, no se dio la oportunidad, y a mí me da como una cosa, una resistencia estúpida a eso de irme, estar por otras tierras. Qué sé yo... Me dicen que en Finlandia el tango... ¡Qué hacés, preciosa! ¿Cómo andás? Nos fallaste la otra noche cuando el cumpleaños de la Marisa. Estuvo lindo. Hasta las siete nos quedamos. Te quedaste bárbaro pensando. Chau, linda, después reservame una pieza...

Qué mujer era ésa hace cuarenta años, doctor. Una muñeca. Todavía se defiende, pero hace cuarenta años me tenía loco. Ye está medio haciendo la colimba Zárate y el teniente me mandaba a comprarle permanganato de sodio para pulir las monturas a una farmacia de Campana. Y la rusa atendía ahí. Una locura, una esa época...

Le decía, doctor... que parece que en Finlandia el tango es furor. ¿No leyó? ¿Puede creer?... Un pueblo tan distinto. Pero, claro, el tango le gusta a cualquiera. Si usted tiene corazón, tiene sentimiento, va a escuchar y algo le tiene que motivar, a menos que usted sea un pescado frío. ¿O no? ¿O no, doctor?

Hasta en Japón gusta. Una vez me querían llevar a bailar allá, con Rulos, de Avellaneda. Pero resultaba que hablaba barbaridad, hoy está en silla de ruedas pobrecita, "Victoria y Ricardo", a Japón, ya estaba toda preparada la gira. Osaka, Tokio, Hiroshima... Créame, doctor, Hiroshima. Porque esa pobre gente necesita distraerse ¿no? Y había un desplaze de Virulazo, que andaba con una hernia de disco, tenía sobrepeso Virulazo, ése fue siempre su problema. La gente decía: "Qué sobrio Virulazo para bailar", y era que el gordo bailaba aliviado con cuatro vueltas de cinta plástica.

No voy a ser yo el que hable mal de Virulazo porque para mí fue un genio de la danza, al nivel de Nureyev, mire lo que le digo, pero se movía poco por la hernia de disco. ¿Eso se opera, doctor? Porque uno por ahí queda peor. Mire si resulta que Gardel era finlandés, doctor. Mire si era finlandés. Ni uruguayo ni francés... finlandés. ¿Por qué no? Ya hay algunos que lo sostienen, para provocar nomás, como los que escriben libros diciendo que era homosexual. Qué golpe sería para el sentir nacional, doctor. El Mudo finlandés. Al final no fui a Japón. Nos fuimos con Leopoldo Federico que era del barrio. No sé. Mi vieja estaba enferma, jodida de los pulmones. Le agarraba como una alergia, se le cerraba el pecho. Tosía. El polvillo ese que se levanta de la tolva, cuando cargan cereal en el puerto. ¿Vio? Hay mucha gente a la que le jode eso. Nosotros vivíamos en el centro y estábamos cerca del puerto. Me dijo no sé qué pirame, irme a un país tan lejano como Japón con la vieja así.

Para cómo ella ya estaba de punta conmigo porque yo no decía que yo no laburaba. "Tenés cuarenta y dos años y seguís sin trabajar", me decía entre los ataques de tos, todo el santo día con eso, con que no laburaba y que me levantaba a las tantas de la tarde. Yo vivía en la casa de mis viejos todavía, más que nada para acompañarla. Mi hermana se había recibido y se había ido a El Trébol y el viejo, ahora le cuento del viejo, trabajaba todo el día en su despacho de abogado y aparejaba poco. La vieja se quedaba bastante sola, pobrecita. Y me hinchaba las bolas con todo eso. Con que yo había abandonado la Secundaria en primer año, con que no conseguía trabajo... Y el viejo ni le dijo. No me hablaba. Ahora le cuento...

Irme a Japón así, no sé, no me parecía correcto. Y era la oportunidad, la oportunidad. No sé. Creo que no me animé. Si yo ni salí de la provincia, doctor, eso es lo cierto. Ni salí. Además, tenía que cambiar bastante mis costumbres. Para ir a Japón tenía que cambiarlas. El productor, un tal Herminio Zapata, era un nazi: quería hacerme ensayar todos los días con las picho de la matina. ¡Desde las ocho! Y yo me acostaba a las siete, doctor. Creo que la única vez que me levanté a las once para hacer algo fue justamente para ir a ver al gran Amadeo

Carrizo una vez que vino River a jugar con Central y a mí me consiguió una platea un amigo que era de la Directiva. La única vez. Nunca eligiría demasiado bien mi vieja eso de la milonga. Nunca. Ella pertenecía a otro mundo, de jugar a la canasta en uruguay, con otras señoras en el Club Español y organizar tés de beneficencia... ¡Qué hacés, Pelusa! Un beso, querido. ¿Cómo andás? ¿Bien? Me alegro. ¿No te excediste un poco en el molde agí? Eh pela, en joda, en joda, Pelusa... El doctor Celoria, un fenómeno el doctor, es el que me acuchilló a traición. ¿Te fue el electricista, Pelusa? Te lo mandé, un tipo bárbaro, muy serio... Nos vemos, quiero comentarte lo de lo último con el PAMI, te lo consigo... Ah, Pelusa... Lopecito consiguió, consiguió de la buena, si querés avisame. Pero avisame, eh... No hagas como la otra vez.

Un fenómeno Pelusa. Última la bebida: pisa un corcho y se mama. Ya no aguanta. Parece que tiene el hígado fosilizado. ¿Una persona puede tener el hígado fosilizado, doctor? Como una piedra puede tener el hígado... Me dijo. Le hicieron una ecografía o una foto. Y no sé un fenómeno, ¿eh? Sigue siendo pintón el hombre. Usted va a ver cómo, cuando sale a bailar, las minas hacen cola para bailar con él. Qué fenómeno. Pero de ahí no pasa porque cuando toma dos tragos se empega y hay que llevarlo alzado hasta la casa. Hay veces que lo dejan dormir aquí, en uno de los sillones del fondo. Este también estaba anoche, cuando vino mi viejo.

Eso es lo que le quería contar, doctor, porque explica bien lo que significa ser el Rey de la Milonga. Es más importante, no le miente, que ser arquero de River... ¿Qué hacés, Flaquita? ¿Cómo andás? Esta noche no voy a enseñar un paso nuevo, pero cuando se haya ido Jorge, que después me copia. Me copia, Jorge... Después te busco...

Sigue estando buena la flaca... Y eso que ya es veterana, pero está fuerte. Si quiere se la presento, doctor, pero es media rebeldona, media difícil. Bailando, quiere llevar ella. ¿Puede creer? Quiere llevar ella. Usted sabe que el hombre, en el tango, siempre lleva a la mujer con la sola presión de los dedos en la espalda... Para acá, para allá, para atrás, para el costado. La flaca no, se retoba. Yo siempre dije que el feminismo va a matar las parejas de tango. Así terminaron Eladia y Gustavo, la pareja que bailó mil años en el Caracol. Ella empezó a leer a Marguerite Duras y empezó con el reviro. Quería llevar ella. Hasta que Gustavo le partió un botellazo en la cabeza, una vez después de bailar "El once".

Y anoche vino mi viejo, doctor, usted no me lo va a creer. Después de catorce años sin dirigirme la palabra. Catorce años, enculado porque yo no estudiaba, ni trabajaba, dormía hasta la tarde y seguía, de cierta forma, siendo mantenido por ellos. Lo que es mentira pero es muy largo de explicar. Vino mi viejo. Yo estaba bailando "Bahía Blanca" a pista vacía, porque cuando yo salgo me hacen espacio, se abren todos. Estaban nada más con una grandota nueva que baila bastante bien pero es muy pesada y escora hacia la derecha. Se ve que jugaba al voley la chica, se jodió una rodilla y se quedó así, combada la pierna hacia afuera. Costaba llevarla porque se escoraba la grandota. Y me vienen a buscar, el Haroldo me agarra del brazo en medio de la pista y me dice al oído: "Está tu viejo".

Ya me dio tiempo ni a asustarme, porque tiene que haber una razón muy importante para que me interrumpan mientras estoy bailando. La última vez que me interrumpieron fue hace poco, cuando murió mi vieja, y antes, antes, cuando se mató con el auto Julio Sosa. Voy hasta la puerta y ahí estaba mi viejo, acompañado de una señora. "¿Qué tal, Marcos?" Me dijo, creo que emocionado. Yo no lo podía creer. Catorce años sin escucharlo la voz, casi no lo reconozco. Elegante el viejo, bien trajeado. Bah... Como siempre, trajes de seda italiana, corbatas finas. Algo más achacado físicamente pero erguido todavía. Alto, canoso, por supuesto. Me abrazó y le juro, doctor, que casi lloro, casi lloro. "Te acordás de Lolita", me dijo. Y ahí la reconocí a Lolita. Íntima amiga de mi vieja, mi vieja que murió hace apenas dos meses, pobrecita. Claro, en esta semipenumbra no me fue fácil reconocerla. Porque ése es uno de los secretos de estos boliches de veteranos, doctor: la penumbra. Acá usted no ve ni arrugas, ni papadas, ni patas de gallo. La oscuridad oculta todo, es la mejor de las cosméticos. Pero apenas habló Lolita la reconocí. Esa misma voz de pito penetrante: "¿Cómo estás, Marquitos? ¿Cómo estás?". "Marquitos", me dice, claro, si me conoce desde que yo era así. Pero media contenida, controlada, como si fuera. Claro, es mi vieja amiga, su mejor amiga, había muerto hacía nada más que dos meses y ella se aparecía con mi viejo.

—Me hicieron el vacío, Marcos —me contó mi viejo después, cuando ya nos bañábamos sentado en una de las mesas de allá, lejos de la pista—. Me hicieron el vacío. Los amigos, ésos que vos conocés: Polo, el doctor Íñiguez, Medrano, el Rubio; no me hablaban, me esquivaban el bulto.

—¿Por qué? —le pregunté yo.

—Por Lolita —mi viejo señaló a su compañera—. No ven bien que yo me vea con ella a tan poco tiempo de la muerte de tu madre. Ada y todas las mujeres. Las mujeres no quieren ni escuchar hablar de mí, Marcos.

Lolita aprobaba con la cabeza, así, parecía un perrito de taxi, doctor.

—Pero viejo, no les des bola —le dije yo.

—No me invitaron a la fiesta del Golf, Marcos. ¿Adónde iba a ir, adónde iba a ir?

Por eso vino acá, doctor, por eso vino acá con la Lolita, porque hacía dos meses que no tenían dónde meterse. Querían salir a algún lado y sabían que si los veían les iban a arrancar la piel a tiras, doctor. Imagínese. A cualquiera de nosotros, por ahí, una situación así nos hubiera chupado un huevo. Al día siguiente que yo rompí con Gladys, me fui a la milonga del Club Atlético de Nueva Italia, y tan campante. Yo salía al mismo tiempo con dos mellizas, las mellizas Zalewski, doctor, durante tres años, y no se me movía un pelo. Pero mi viejo, mi viejo, dentro de ese círculo de culorrotos caretones, hecho a ese ambiente, para él es un drama. Rechazado por su círculo de amistades. Pero ¿sabe qué me dijo? "Es que me queda poco tiempo, Marcos. Me queda poco tiempo". Y no es que esté enfermo ni nada, doctor, porque el viejo es un roble, pero corre que ya tiene setenta y nueve años, setenta y nueve años el viejo. ¿Qué le parece? "Nos queda poco tiempo. Nos queda poco", agregó Lolita en una de sus contadas intervenciones, porque ella hablaba por ahí también. Y claro. ¿Qué van a andar esperando? ¿A cumplir cien años para formalizar? Eso, eso me dijo el Valija, uno de mis amigos, ese chiquito que está ahí, doctor. Se había sumado a la mesa, así nomás, sin pedir permiso. Vas no con su vaso y se sentó. "¿Qué vas a estar esperando, Adolfo?", le dijo a mi viejo, y lo agarró así del brazo: "Métele para adelante, Adolfito. Y que se vayan todos a la reputísima madre que los parió ¿Qué querés tomar, querida?", le preguntó a Lolita. A Lolita que todavía estaba medio sobresaltada por la puteada.

Mi viejo no dice jamás una mala palabra. Y después se acercaron Marino, el negro Airasca, Florencio, Mendocita, y todos a hablar con mi viejo, cuando se enteraron de que era mi viejo. Vinieron a conocerlo y, cuando se enteraron de la situación, a confortarlo. Hasta tuvieron la delicadeza de no emocionar a mi vieja, y menos a darle el pésame por su muerte. "¡La vida continúa, Adolfito!", le pegó una palmada en la espalda el Oso, el flaquito, que vino especialmente a traerle a Lolita un vaso de queso. Casi lo parte en dos a mi viejo, que estaba feliz, feliz estaba porque nadie lo juzgaba ni lo cuestionaba... ¡Guillermo querido! ¡Qué alegría verte, negrazo! A ver si esta noche me enseñás ese giro que hiciste anoche... ¿Trajiste? ¿La trajiste?... Después, después me la das en el baño... El Rulo también quiere... Un fenómeno este Guillermo, Guillermo López, Lopecito, doctor. Es un artista. Es pintor. Hace retratos. Usted tendría que verlos. Una maravilla. Los hace igualitos, igualitos. Hizo uno de aquel, de Maisonave, que es increíble. Porque no es sólo el parecido, es la expresión, el espíritu. Eso es lo que logra

un verdadero artista, cuando capta algo más que el parecido. ¿O no? ¿O no, doctor? Pero él es, en realidad, peluquero, porque con los retratos no se mantiene, le encargan uno a las cansadas. Y ahora consiguió algo fundamental, fundamental para todos nosotros, que le permite ganarse sus buenos mangos.

A usted se lo puedo decir, porque con usted no puedo tener secretos, doctor. ¿Cómo tener secretos con un hombre que lo ha operado a uno de hemorranas? Si usted ya ha vulnerado esa máxima intimidad mía yo le puedo confiar que me tiñó el pelo, doctor. Me tiñó el pelo. Pero es muy difícil, muy difícil conseguir una buena tintura. Le dejan el pelo rojizo o destíñese con la transpiración. La otra noche a Mendocita, pobrecito, le entraron a caer por la frente unos gotones amarronados así de grandes desde la sabiola, porque se había dado un botellazo con una tintura infame, brasileña, que no servía para un carajo. Pero Lopecito es peluquero, y a él no lo van a engañar. Y parece que consiguió de la buena, de la que vale...

Cuando se iba, doctor, cuando mi viejo se iba, en la puerta, porque lo acompañé hasta la puerta, me abrazó de nuevo y me dijo otra vez al oído: "Me equivoqué, Marquitos. Vos no le erraste a la carrera. Vos no le erraste". Porque todos los de acá, que se acercaron a apoyar a apoyarlo, a reconfortarlo, lo hicieron, y creo que no me equivoco, doctor, porque era mi viejo, y porque me quieren. Porque me quieren a mí. ¿Me entiende? ¿O no? ¿O no, doctor? Y eso lo hicieron por mí vuelve de nuevo mi viejo, con la Lolita. Y hasta en una de ésas los hago bailar y todo.

Si el tango se puede bailar hasta cualquier edad. No es el breakdance. ¿O no? ¿O no, doctor? No es el breakdance.