El orden de la ruta
Luis Gudiño KramerEl orden de la ruta, saliendo de Santa Fe, es el siguiente: Puente Colgante, Colastiné, San José del Rincón, Puente de Leyes, Santa Rosa, Vuelta del Dorado, del Saboyardo, Cayastá, Campo del Medio, Helvecia, El Laurel, Los Algarrobos, Saladero Cabal, Colonia Mascías, San Patricio, San Joaquín, La Elisa Vieja, Puerta de Mántaras, Naranja Dulce, Colonia Francesa y San Javier.
Pueblos, muy pocos. Ruinas. Nombres en los itinerarios, en los mapas y en la memoria de los traperos, sin realidad en la época presente. Cuanto más, una chimenea o las grandes calderas echadas sobre el costado que el cáncer del óxido les deforma, señalan lo que fue un enjambre de trabajo y de hombres en lucha. Más allá los ladrillos de una estancia, de una casa señorial que derrumbó la taba y la pereza: San Patricio. Nosotros alcanzamos a ver, enhiestas aún, las paredes octogenarias de grandes ladrillos, y con restos de patios coloniales de baldosa perdidos entre una densa raigambre de gramillas. Los techos de tejuela derrumbados a medias permitían al sol agostar líquenes y musgos, mientras un timbó, que había prendido sus raíces en mitad de un aposento, ya alcanzaba con sus ramas la altura de las paredes. El árbol, protegido de los vientos hostiles por la fábrica de gruesos adobes, estaba allí, señor de las ruinas, cargado de nidos y de cantos. Un balcón de rejas, voladizo, asomaba su curiosidad colonial hacia el río. Y entre sus rejas, las enredaderas silvestres habían tejido un tapiz de guías, hojas y flores.
Todo, ahora, es una pila informe de escombros. El timbó se yergue solitario y a sus pies, salvada de la rapiña por el orín, la reja.
San Patricio es un nombre. El nombre de un campo donde veinte colonos sufren la miseria del trabajo sin esperanza.
La historia, que pretende conferir jerarquía al suelo empapado de sangre derramada en luchas fratricidas o donde el indio entregó la suya, inocente y salvaje, debemos escribirla con palabras de sorpresa y de asombro. La historia en estas tierras maravillosas está en continuo asombro, y desde mucho antes de Garay; de mucho tiempo atrás de la emigración de los diaguitas… desde antes del nacimiento de los bosques y tal vez desde antes que esto fuera un mar o un ancho río, sobre cuyas arenas, ahora, sembramos el maní y levantamos nuestros ranchos de chorizo y paja, todo ha sido una constante renovación sobre el mismo paisaje inalterable. La vida es larga pero el tiempo es corto. Revoluciones, malones, haciendas y después tractores. Caminos y escuelas. El campo domesticado llegó hasta el horizonte. Pero el hombre, siempre el mismo esclavo sobre la tierra ajena, fecunda o estéril, fácil o indomable. Árboles y hombres creciendo más para adentro, para las raíces, que para su extensión. Cosas y hombres, como el timbó, solitarios. Sus esfuerzos, las ramas de su linaje y de su esfuerzo, no se han unido todavía para formar el bosque.