Día de audiencia

Alcides Greca

El vestíbulo, el patio, la salita y el zaguán rebosan de correligionarios. Algunos esperan turno en la vereda. La gente del tranvía suele preguntar:

—¿Algún muerto?…
—No. La casa de un diputado.

Me desperezo en la cama. Mientras leo los diarios hago encender el calentador del baño. Me levanto sin mayor apuro. Empiezo a acicalarme.

Años atrás, habría corrido. Me hubiese puesto nervioso al saber que cien personas, cien desesperados, me esperaban ahí, pared por medio. Son doscientos ojos que miran con ansias infinitas la puerta del escritorio, a la espera de que asome la pelada del señor diputado, y diga, como en las peluquerías:

—Pase el primero.

Terminada la toilette, tomo reposadamente el desayuno. Viene De Salustio, que oficia de secretario.

—Está una comisión del Comité del Matadero. Está Picirielli con el hijo.

La mujer de Bermúdez quiere una recomendación para Córdoba. Hay tres mangueros. ¡Ojo con Rinesi! Parece que quiere una firma para el banco.

Mi mujer me apura.

—¡Pero, hombre! ¡Movete! ¡Pobre gente!

En este momento, quizá por un fenómeno subconsciente, me estoy desquitando de la injuria de las largas esperas en los ministerios, en el despacho presidencial.

Por fin, termino. Son casi las diez. Hay gente que está desde las siete.

De Salustio anuncia que el señor diputado empezará a atender

—Pase el primero.

Saludos y sonrisas desde la puerta a los más próximos.

—Disculpen si los he hecho esperar.
—No es nada, dotor. No es nada.

Todos están contentos. El hombre-providencia ha abierto sus puertas. El problema del porvenir está resuelto. El cielo ha descendido hasta la calle Córdoba.

Entra el ciudadano Stella. Quiere un puesto en el correo. Hace meses que no trabaja.

Tomo de encima del escritorio una pequeña libreta.

—¿Cómo se llama?
—Fermín Stella.
—¿Dónde vive?
—Catamarca 2045.

Arriba pongo con letras gordas «Correo», subrayado, para que el candidato vea.

La libretita mágica vuelve a su sitio, hasta que llega un nuevo postulante. Generalmente, después de la audiencia, queda cerrada hasta la otra próxima.

Sigue el desfile… Honorio Pizarro: un puestito en la Aduana. Pongo en la libreta: «Aduana», como antes puse «Correo». Alfredo Galli, y su hijo que no quiere estudiar: gestiones para que ingrese en la Armada. Artemio Díaz: que se apresuren los trámites para su jubilación. Se hace una carta al presidente de la Caja. Anselmo Benítez: la firma para un banco. No hay caso. Benzaquén: el traslado de un conscripto de Diamante a Rosario. Arturo Resolani: la defensa de un hermano preso. Zacarías Godoy: puesto de maestra de labores para una hija. Isaías Curley: garantía para sacar a plazos un automóvil. Después de discutir… caemos en el lazo. María Brancati: recomendación para que despachen un expediente en el Banco Hipotecario. José Marcos Molina: quiere librarse de la conscripción. Cayetano Albanesse: puesto de peón en Puentes y Caminos. Jorge Rodrigo: cama en un hospital y recomendación para el médico de la sala. Manuel Romero: que le dé una orden para que le despachen una receta en mi farmacia. Antonio Ravasio: que le averigüe las condiciones para ingresar en la Facultad de Agronomía. Salustio Salas, Paúl Marcos, José Bendicente: puestos de peón en Obras Públicas. Margarita Bordes: una beca para su hijo. Juan Birlanga: protesta porque el presidente del Comité de Alberdi no lo atiende en sus pedidos. Romualdo Yralagoitía: que lo ayude a pagar el alquiler del subcomité que preside. Antonio de la Colina: recomendación para el ministro Abad. Rodolfo Goicochea: un par de pesos para desempeñar un traje… Clotilde Narvaez: recomendación para que el ecónomo del Hospital Centenario le dé las sobras de las comidas… a fin de criar unos chanchos…

Tres de la tarde.

—De Salustio. Tome nota de los que aún no han podido pasar. Dígales que vengan esta noche a las siete. Los recibiré a todos... Vámonos a comer. Después, contestaremos las cartas, si es que nos dejan.

Hay uno que insiste.

—Dotor… Es sólo una palabrita…
—Bueno. Pasá.
—Deme un pesito, dotor.
—¿Y para esto te estuvistes toda la mañana?
—¡Qué quiere, dotor! La necesidá… Gracias. Cuente siempre conmigo.