—Naturalmente, tú eres escéptico —dijo Wellman. Se sirvió agua de una jarra, se colocó una píldora en la lengua y, con ayuda del agua, se la tragó—. Es lógico y comprensible. No te culpo por ello, ni soñarlo. Aquí, en el estudio, había un buen montón de gente que, cuando empezamos a programar a ese chico, Herbert, sustentaba tu misma actitud. Y, entre nosotros, no me importa admitir que yo mismo sentía bastantes dudas respecto a que un programa de esa clase pudiera dar buen resultado en televisión.
Wellman se rascó detrás de la oreja, mientras Read le escuchaba con interés científico.
—Bueno, pues estaba equivocado —siguió Wellman, bajando la mano—. Me complace decir que erré en un mil por ciento. El primer programa del muchacho, que no fue anunciado y careció de publicidad, aportó casi mil cuatrocientas cartas. Y hoy en día recibe… —El hombre se inclinó hacia Read y susurró una cifra.